Lo más difícil de esto es darle carpetazo final a una serie de escritos que me acompañaron durante casi 20 años, es cierto ya no soy la misma persona que fui, o quizás sólo fueron cayendo las capas de encima para develar lo que en el fondo siempre he sido. Lo dijo muy bien Aguilera en aquellos tiempos: “nadie cambia”.
Han sido 18 años desde que cogí una pluma y unas hojas para comenzar a soltar desvaríos alimentados por el alcohol y las ganas de no tener un futuro, no imaginé siquiera que llegaría tan lejos o que por el contrario seguiría aquí, en el mismo lugar donde comenzó todo. Quizás exagero, porque no es ni la misma casa, ni las mismas condiciones de cuando di inicio a esa serie de escritos con aquel título tan estúpido como identificativo de lo que acontecía: Desierto.
208 historias que compartí a lo largo de poco más de once años, porque la primera vez que abrí esta página para compartir algo completamente personal, y a la vez ficticio, fue en agosto de 2012, desde entonces publiqué de manera más o menos continua todas aquellas historias o fragmentos que pude, todo aquello que me pareció idóneo en el momento. Algunas veces no tenía el mejor ritmo o la mejor narrativa, pero fueron esos pedazos un poco de lo que acontecía en mi vida.
Están sentenciados a quedar como fiel testigo de lo que fui por un largo tiempo, que, si bien no fueron los últimos 10 o 15 años, si hay muchas cosas ahí que sucedieron. También es cierto que no se puede negar el bajón que significó en los últimos cinco años, cuando comencé a publicar las historias una vez al mes y ya no por montones en un año. Durante dos años, los primeros, puse en línea cerca de 62 escritos diseminados en 11 meses no continuos. Más de la tercera parte fue puesto en aquellos dos iniciales años, para luego comenzar el ritual de publicar dos veces al mes y finalmente una cada mes.
Ella apareció en los escritos hace mucho tiempo, más onírica que real y con ello me remito a mi poco conocimiento del psique humano, a lo que intuimos o deseamos que las otras personas sean y se conviertan, quizás amparados en los cientos o miles de caracteres que se han distribuido a lo largo de los muchos años de lecturas, que pese a todo hace casi 4 años que no leo con asiduidad, apenas unos 10 libros en este periodo tan oscuro, la convertí en la musa inexpugnable y con más virtudes que defectos despojándola de su humanidad. Cabe mencionar que de unos años para acá ella no apareció más, porque dejo de tener ese halo de cuasi divinidad que le había sido otorgada por los años y años que pululo por las historias. No se le extraña a ella o a lo que inspiraba, sino a quien se encargaba de escribirle, a ese tipo ensoñador que dio paso a una calca de un humano complejo. No es que no lo fuera antes, pero pareciera que los patrones se repiten con tanta frecuencia que dan miedo.
Debo agradecer que durante los últimos once años alguien o muchos alguienes tuvieran la delicadeza de leer lo que escribía, de prestarle 10 o más minutos para dejarse carcomer los ojos por las letras de un sujeto que en vida jamás hablaría más pausado y menos inteligente de lo que podía poner por escrito; el punto máximo de esa atención fue la carta de despedida a mi abuela, sin mencionar jamás a quien iba destinada, porque quise que quien la leyese la pudiera amoldar a su propio duelo, que cada que alguien quisiera recordar ese sentimiento de dolor apabullante en que se convierte el deceso de un ser querido, acudiesen a ese texto con mala sintaxis y mucho dolor y corazón a cuestas. A fin de cuentas, eso es lo que siempre quise hacer, que todo fuese un amasijo de dolor y tripas, de sangre y alcohol, de rabia e impotencia ante el paso del tiempo, entremezclado con algunos toques de alegría, de miedo y de incertidumbre por lo que podría depararnos el tiempo. Ese pequeño texto, publicado nueve meses después de la muerte de mi viejecilla alcanzó una nada despreciable cifra de 430 vistas, nunca he sabido quien o quienes acudían a ello, pero les agradezco que lo hicieran sin decirme nada.
Fiel a mi costumbre de redactar párrafos larguísimos, que ni la maestría ha podido derrumbar, y lleno de muchas ideas dentro de cada uno, este último texto cumple con una de las máximas que implemente cuando comencé a escribir todo de manera digital, nunca guardar nada hasta no rebasar la primera cuartilla, porque era una especie de reto al destino o a los hados de la suerte para que en caso de que fuese una mierda de escritura fuese obra de la predestinación el que se guardara o no; pocos, por no decir casi ninguno se perdieron de esta manera.
Hace meses perdí la chispa para escribir, perdí el rumbo para seguir alimentando este sinsentido que es la vida, uno más de los talentos desperdiciados que se murieron por mi incapacidad para nutrirle, por el miedo de seguir vivo. Hace años que dejé de vivir como antaño, y prueba de ello es que me hice más responsable en algunas cosas y más irresponsable en otras, esto último afectó irremediablemente lo que provocó el cierre de este asunto.
Mi habitación ya no es ese escondrijo de 1.6x2 que me hacía sentir que vivía en un agujero rodeado de mi cinismo, desesperación y alcoholismo-drogadicción, lo más triste es que deje de estar melancólico, o esta ha quedado sepultada bajo una nueva capa de enojo y desesperación. Lo cual me ha impedido nutrir de carne viva a nuevas historias, sin contar la perdida de las casi cuarenta anécdotas que desaparecieron para no volver.
Sin más, adiós. La oscuridad nos reclamará en algún momento.
SR. verano de 2005- verano de 2023.